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Patrimonio arqueológico y minería romana

La presencia humana en el territorio de Montañas del Teleno se remonta, al menos, al Neolítico. De estos remotos pobladores se conocen algunas evidencias, escasas y dispersas por sus comarcas, pero de enorme valor cultural.




En Morla, en la cuenca del río Eria, aparece uno de los vestigios más antiguos e interesantes que se conservan. Se trata de unas pinturas rupestres situadas en dos abrigos rocosos. En la peña del Pozo Rocebros aparecen representadas de forma esquemática cinco figuras humanas de distintos tamaños, sobre las que se disponen unos símbolos circulares que bien podrían representar al sol. En el cerro de Llamaluenga, en muy mal estado, parecen intuirse otras tres figuras antropomorfas de apenas 8 o 9 cm. de alto, con un símbolo circular y, en otra zona, otra figura algo más visible. Todas están realizadas en tonos ocre-rojizo.

El yacimiento está declarado BIC (Bien de Interés Cultural). Su estado de conservación no es bueno, más teniendo en cuenta la fragilidad del mismo. La visita es muy complicada, sin acceso en vehículo y sin ningún tipo de señalización que facilite su localización.


Del Bronce antiguo está datada una de las más arcaicas representaciones culturales de estas tierras, el Ídolo de Tabuyo, que en la actualidad se conserva en el Museo de León.

Se trata de una laja de piedra rectangular que parece representar, de forma muy esquemática, una figura humana, posiblemente un guerrero que porta, a ambos lados, su armamento: un hacha o alabarda y una pequeña espada. El cuerpo está definido por bandas paralelas horizontales entre las 

Aunque no se conoce el contexto de su descubrimiento, algunos investigadores consideran que debía formar parte de una construcción megalítica. Muestra ciertos paralelismos con otros ídolos encontrados en el noroeste peninsular, como el ídolo de Peña Tú en Asturias o el cántabro del Hoyo de la Gándara.que aparecen una serie de triángulos. La parte superior, semicircular, representaría la cabeza, donde se han labrado hasta once cazoletas.

Junto a la iglesia de Tabuyo del Monte se ha colocado una réplica del ídolo, que permite a los visitantes conocer esta singular muestra de los antiguos habitantes de la zona.

Los petroglifos de la Maragatería

Hace apenas un lustro que, en la Somoza maragata, se han empezado a encontrar varios petroglifos de incalculable valor científico y patrimonial. Se trata de un conjunto de grabados rupestres que podrían remontarse al tercer o cuarto mileno antes de nuestras era, en un momento en la transición del Neolítico al Calcolítico.


Grandes piedras bajo la omnipresente silueta del Teleno, el antiguo dios de esta comarca, repletas de cazoletas, surcos e incluso laberintos, cuyo simbolismo y significado está aún por determinar -si es que puede interpretarse en algún momento- evidencian la presencia de sociedades de pastores y agricultores, conscientes de su entorno, capaces de dejar su legado milenario en forma de grabados en las piedras.

Son varias las estaciones rupestres encontradas y, con toda seguridad, irán apareciendo más según progresen los trabajos de prospección de este vasto territorio. Entre las estaciones que pueden visitarse con mayor o menor facilidad se encuentran: el altar rupestre de La Chanada, en Quintanilla de Somoza; los laberintos de Peñafadiel entre Lucillo y Filiel; Peña Martín en Chana de Somoza; Fuente Leiro en Lucillo, donde los grabados aparecen en una gran piedra reutilizada en la fuente del pueblo; Peña Furada, en Turienzo de los Caballeros; la peña de la Medida y la fuente del Mato en Filiel; y la recientemente encontrada el paraje de La Degollada entre Priaranza de la Valduerna y Tabuyo del Monte, visible solo cuando el nivel de las aguas de la presa de Valtabuyo es bajo. Además, en los pórticos de varias iglesias o reutilizadas en otras construcciones es también posible encontrar grandes lajas grabadas o con cazoletas.

En muchas ocasiones no resulta fácil ver los grabados a ojos poco acostumbrados, en parte por la luz y en parte por su estado de conservación. Es recomendable la visita cuando el sol no está alto en el horizonte, para facilitar la observación.

Los grabados son extremadamente vulnerables, por lo que no deben tocarse, ni quitar el musgo que los recubre y, mucho menos, pisarse o hacer rayas y otras marcas sobre ellos. Se trata de un patrimonio milenario y solo de nosotros dependerá su conservación.

Minería romana del oro


Uno de los más destacados conjuntos arqueológicos, presente además en casi todas las comarcas de Montañas del Teleno, son las evidencias de las explotaciones auríferas romanas. Al hablar de estas labores mineras, no hay que circunscribirse a las minas propiamente dichas, sino al amplio conjunto de infraestructuras (hidráulicas, caminos, etc.) y a la organización territorial que Roma impuso en el territorio tras dominar la resistencia de Cántabros y Astures en una guerra que duró entre el 29 y el 19 a. de C.

En Montañas del Teleno se conoce la existencia de varios campamentos militares romanos, algunos contemporáneos de la conquista y otros asentados algunos años después para hacer efectivo el control sobre el territorio. Pueden así mencionarse el campamento de Manzaneda, en el ayuntamiento de Truchas y otros tres recintos campamentales que se localizan en el entorno de Castrocalbón.

Pero sin duda, las mejores evidencias arqueológicas en este sentido las aporta la actual ciudad de Astorga, donde han aparecido varios sillares marcados con la inscripción Legio X Gemina y varias estelas funerarias atribuibles a personal militar. Poco a poco, el antiguo campamento militar se va transformando en una gran urbe, la Asturica Augusta que Plinio describe como urbs magnifica y que terminará por convertirse en la capital del convento asturicense.

Se sabe también de la presencia en la zona de otros destacamentos militares, como la Cohors IV Gallorum, cuyo campamento y el terreno de abastecimiento que precisaba (los prata) fueron cuidadosamente separados con mojones del territorio de uno de los pueblos indígenas, los bedunienses, que habitaban las tierras del río Órbigo.

Por los cronistas e historiadores romanos se conocen algunos de los pueblos prerromanos que habitaban estos valles y montañas, así como algunas de sus ciudades y castros. Tres grandes núcleos articulaban el poblamiento de los valles de los grandes ríos, así como de la actual Maragatería. De ellos solo Asturica, la capital de los astures, está documentada. En algún paraje en el entorno de la actual La Bañeza, en un emplazamiento aún desconocido, tuvo que asentarse Bedunia, la gran ciudad de los bedunienses antes mencionados. De igual modo, en el valle del Uerna, ahora río Duerna, tuvo que disponerse Argentolium, ciudad de los orniacos, de la que se tiene constancia por las fuentes escritas y que algunos autores ubican en el entorno de Miñambres de la Valduerna.

Pero además, el poblamiento debía basarse en pequeños poblados o castros, resguardados por fosos y cercas. Son muy numerosas las evidencias castrenses en todas las comarcas de Montañas del Teleno. En algunos casos se trata de castros ocupados con anterioridad a la dominación romana, aunque la mayoría pueden vincularse a este momento histórico. Evidencias de distintos pueblos indígenas que con toda seguridad ya ocupaban la zona en la Edad de Hierro, aunque sigan siendo grandes desconocidos, se mantienen ocultas en las coronas bajo los cimientos de la ocupación romana.

A pesar de la gran importancia de estos castros, en la actualidad ninguno de ellos es visitable, pues aunque algunos han sido excavados, como es el caso de la Corona de Corporales, del que se sabe que desapareció de forma violenta, ninguno ha sido preparado para su uso turístico,  didáctico o de interpretación.

Hay constancia de evidencias castrenses, entre otras muchas, en localidades como Andiñuela, Astorga, Castrocalbón, Corporales, Destriana, Luyego de Somoza, Manzaneda de Cabrera, Priaranza de la Valduerna, Quintana y Congosto, Quintanilla de Somoza, San Justo de la Vega, Santa Colomba de Somoza, Santa Marina de Somoza, Truchas o Villalís.

La puesta en funcionamiento de las minas obligó a Roma a dotar el territorio de una gran infraestructura, de la que todavía quedan traza patentes en el territorio. En contra de lo que muchos creen, la mano de obra necesaria para los trabajos mineros no eran esclavos, sino población indígena. No por ello la dureza del trabajo era menor, tanto por las condiciones de explotación, como por la magnitud del laboreo efectuado. Los castros, poco a poco se fueron romanizando, transformándose así en unidades de explotación y, en algunos casos, llegaron incluso a especializarse: en producción agrícola o ganadera para el abastecimiento; en metalurgia, para proveer a las minas de herramientas o para reparar las desgastadas; en textiles, etc.

Aunque en el noroeste peninsular se explotó oro en yacimientos primarios (en roca), los romanos fueron especialmente eficaces en obtener el preciado metal de yacimientos secundarios, de grandes depósitos de aluvión donde el oro aparece mezclado con una matriz envolvente de cantos rodados y arcilla. Para optimizar el rendimiento, emplearon distintas técnicas, en función de la profundidad de las capas más productivas. Una minuciosa planificación y un admirable manejo de la fuerza hidráulica posibilitó el movimiento de ingentes cantidades de material que han dejado una huella indeleble en el paisaje.

Antes de iniciar cualquier explotación, se efectuaban sondeos y catas para valorar el rendimiento aurífero; solo después se iniciaba la explotación. Para las capas más superficiales del terreno, donde la riqueza en oro era elevada, los romanos emplearon el sistema conocido como “surcos en arado o peines”. Para ello se trazaban una serie de surcos paralelos que terminaban por confluir en un surco colector. El agua era aportada por canales hasta el yacimiento y, cuando era necesario, se dejaba fluir por los surcos, arrastrando a su paso los materiales que previamente habían sido desmontados por los mineros, entre ellos el oro, que más tarde era extraído mediante bateo.

En todo el valle del Eria, en especial entre Priaranza de la Valduerna (Las Moraceras), Boisán, Filiel, Chana de Somoza y Molinaferrera, son todavía visibles entre la vegetación los desmontes de un intenso tono ocre que evidencian el intenso laboreo que sufrieron estas laderas entre el siglo I y IV para extraer el oro del subsuelo. Y aunque a simple vista resulta difícil imaginar, una foto aérea de la zona muestra todavía los inmensos peines y los castros mineros que permitieron la explotación. 

Para explotar capas inferiores del terreno, los romanos emplearon el sistema conocido como “explotación en zanjas-canal”. Para ello se buscaban zonas con una cierta pendiente y empleaban el agua como fuerza de arranque, igual que ocurre el las cárcavas naturales. Como en el caso anterior, las piedra más grandes eran separadas por los mineros de forma manual y almacenadas en grandes montículos conocidos como “murias”. En todo Montañas del Teleno se repite el topónimo “Fucarona”, que describe este sistema.


Es posible visitar la mina de “Fucochico”, el Luyego de Somoza, que empleó este sistema.

Cuando el oro se encontraba a gran profundidad, donde su concentración aumenta de forma considerable, los romanos idearon una nueva técnica que permitía remover enormes cantidades de material, la mayoría de deshecho. Se trata del “ruina montium” o derrumbe de los montes, que tiene su máxima expresión en minas como las de La Leitosa y Las Médulas. No fue muy empleado en el entorno del Teleno, aunque para hacer posible la explotación de Las Médulas, fue necesario tal aporte de agua que era captada en las faldas de este mítico monte. El ruina montium se basa en excavar galerías y pozos por los que se introducía agua a presión, hasta provocar su derrumbamiento. El material abatido pasaba así hasta las zonas de lavado, donde era extraído el oro por bateo.

En sus distintos sistemas de explotación, la minería aurífera romana se basaba en la extracción de oro por lavado a gran escala. Junto a la mano de obra, el manejo del agua fue la base tanto para la explotación, como para el posterior lavado del conglomerado aurífero.

La administración minera impuso un rígido sistema de control del agua, que garantizase un aporte continuado a las minas.

El aporte de agua se basaba en su traslado desde las cabeceras de ríos y arroyos mediante canales, y su almacenamiento en depósitos ubicados en puntos estratégicos para ser utilizada cuando hiciera falta en las explotaciones. La presencia de estas estructuras es todavía, casi dos mil años después, perceptible en el paisaje y supuso un trabajo de planificación a escala regional, difícil de imaginar en los albores del siglo I de nuestra era, más si se considera que supuso un auténtico trasvase de agua entre distintas cuencas.

Posiblemente, las tareas de trazado de los canales, que conducían el agua gracias a una pendiente constante, fueran dirigidas por ingenieros militares que, a priori, eran el único personal cualificado en hidráulica. La tarea del ejército en las zonas mineras no se reducía así, solo al control de las explotaciones, sino que aportaba personal altamente especializado, en zonas ya de por si remotas. Su presencia parece estar documentada en las explotaciones de La Valduerna, al igual que la de un “procurador de los metales” un representante de Roma encargado administrativo de distintos aspectos de la gestión de la zona minera.

La mano de obra para la construcción y mantenimiento de los canales procedía, en gran parte, de los asentamientos castreños, algunos especializados hasta tal punto, que pueden definirse como asentamientos canaleros. La Cabrera es un magnífico ejemplo de esta situación, ya que los canales que horadan sus laderas abastecían de agua a la gran mina de Las Médulas. Algunos de estos asentamientos fueron temporales, siendo abandonados cuando las gentes que los poblaban perdieron su papel en el mantenimiento o vigilancia de los canales. Algunos investigadores piensan que cada asentamiento tenía asignado un tramo de canal y debían encargarse de su cuidado y custodia.

El resultado de este manejo hidráulico son más de 100 kilómetros de canales que han llegado a nosotros en distinto estado de conservación. En no pocas ocasiones están tallados en roca, soportados por muros de piedra para salvar las enormes pendientes de las laderas o impermeabilizados en su base para evitar pérdidas y filtraciones. Los mejor conservados corresponden a lo que en algunas comarcas del Teleno se conocen como carriles, es decir, los canales que después de perder su uso, fueron empleados durante siglos como caminos gracias a la comodidad de su trazado.

El territorio de Montañas del Teleno custodia magníficos ejemplos de canales romanos, en especial, aunque no solo, en la comarca de La Cabrera. El canal de Peña Aguda, en Corporales, fue seccionado por la carretera que se adentra en esta comarca, por lo que es visible, con un poco de pericia eso si, al pie de la misma.

En el municipio de Castillo de Cabrera es reconocible el canal de Saceda, también conocido como camino de la Mata, situado en la misma ladera en la que se asienta el pueblo, aunque algunos cientos de metros por encima de él. También el canal de Las Iglesias, que recibe su nombre de un antiguo castro con este nombre. Algo más bajo está el canal de la Virgen del Valle, que tiene su mejor acceso desde esta ermita.

En las proximidades de las explotaciones mineras se han encontrado también evidencias de villas romanas que, posiblemente, sirvieran para alojar a los responsables territoriales de la administración minera o del ejército, de forma que mantuvieran las formas de vida a que estaban acostumbrados. Cabe mencionar dos de ellas, la villa romana de El Soldán, en el entorno de Santa Colomba de Somoza y Los Linares, ubicada en el valle del Duerna.

Consolidada la romanización de las tierras del Teleno, por el imperio romano fluían corrientes culturales y religiosos provenientes de todos sus rincones, por lo que era común la asimilación de las distintas divinidades. Este parece ser el caso de la lápida de Quintanilla de Somoza, dedicada a Zeus –Serapis, que parece datarse en el s. III.

Labrada en piedra local de la Maragatería, se trata de una lápida votiva de enorme valor cultural. En ella destaca el relieve de una mano derecha que muestra la palma y los dedos; sobre ella aparece un frontón triangular sostenido por dos columnas y dos círculos que podrían representar el sol y la luna o el día y la noche.

Dentro del triángulo puede leerse, en caracteres griegos, EIS ZEUS/SERAPIS, divinidades orientales griegas y egipcias y, en la mano IAO, poder mágico relacionado con cultos sirios y hebreos.

La importancia de esta lápida reside tanto en los nombres de las divinidades que en ella aparecen, únicos en el noroeste peninsular, como en tratarse de una composición muy singular. El frontón triangular representaría un templo. Se conserva en el Museo de León.


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